jueves, 16 de septiembre de 2010

Que nada sea cierto

Ayer tropecé con una mujer.
Ella era preciosa. Pelo corto que favorecía su cuerpo juvenil. Inmensos ojos verdes, claros como la esperanza. Pero no brillaban. No tenían luz.

Caminaba distante, alejada de la realidad, con pesar serio. Sin mirar a nadie, con la cabeza hacia el suelo. Evitaba mirar a la gente a la altura de los ojos. Sus ojos no brillaban.

Lo que sí que destacaba en su cuerpo eran magulladuras en los brazos, en la cara y en el cuello. Su dorada piel no podía ocultar con maquillaje aquellos moratones que se debatían entre el fucsia- morado y el morado- verdoso. Moratones que trataba de ocultar con sus dulces manos. Magulladuras que trataba de evitar tras unas enormes gafas de sol.

Pero eran demasiado evidentes. No puedo quitarme de la cabeza esas cuatro marcas que aparecían en su brazo. Como si alguien quisiera regalarle el tatuaje de sus falanges. Cómo olvidar la sangría que llevaba en el cuerpo. Cómo olvidar esas marcas rojo escarlata rodeando las magulladuras.

Cómo olvidar su caminar. Cómo olvidar su mirada desolada. Cómo olvidar cómo trataba de ocultar todas las señales que alguien se había dedicado a propiciarle. O tal vez no.

Podría haberme acercado a ella, pero tuve miedo. ¿Y si se le hacen magulladuras con el roce de cualquier objeto? Es algo muy común. ¿Y si sentía mal al sentirse observada? Pero, ¿y si estuviera atravesando por un mal momento y hubiera podido ayudarle?

Espero verla de nuevo pronto, paseando su corte de pelo con la gracia de una artista de Hollywood, y luciendo bronceado sin tener que ocultar nada con maquillaje. Que todos mis temores tan sólo sean eso: temores. Que nada sea cierto. Que sea feliz. Que le brillen los ojos color verde esperanza.

- Absurda Cenicienta-

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