miércoles, 15 de septiembre de 2010

Topamos con la Iglesia

Yo soy cristiana. Y, además, soy practicante.
De las de librillo. De las que van todos los domingos a misa.
De las que sienten devoción. De las que siguen la palabra de Jesús.


Pero no soy de las fanáticas que asumen las órdenes que vienen del Vaticano sin someter cada una de sus palabras a un juicio exhaustivo. Porque soy consciente de que la alta jerarquía eclesiástica que nos gobierna actualmente, es la misma que en el siglo XV mandaba a la hoguera a los ateos. La misma que castiga a los creyentes con sus falsos miedos en torno a los 'pecados'. La misma que cubre su cuerpo de hermosas casullas con hilo de oro. La misma que tacha de 'enfermos' a los homosexuales. La misma que cree que es una aberración que se tomen medidas anticonceptivas en poblaciones de África, castigadas por el Sida. La misma que denigra el papel de la mujer, otorgándonos la labor de servir en casa y vivir por y para nuestra familia.

Porque esta es la Iglesia que vemos. Una Iglesia desfasada y trasnochada. Una Iglesia que no avanza, que no aprende. Una Iglesia que está más preocupada por sus riquezas y por establecer sus órdenes que se olvida a menudo de su función. Una Iglesia que demuestra a través de los intolerables abusos y violaciones a menores que los votos de castidad se hicieron en balde.

Sin embargo, también está la Iglesia de la caridad. La de las personas que trabajan día y noche para aquellos que hay a su alrededor. La de los misioneros que dan su vida a hacer un poquito más fácil la situación en países pobres o en conflicto. La de los y las voluntarios que dedican su tiempo libre a ayudar a niños que frecuentan malas compañías o acompañan a personas mayores. La de los sacerdotes que se desviven por su parroquia y colaboran para dar la vuelta a las cifras y apostar por la cultura del pueblo. La de los jóvenes que se dedican a formar a los más pequeños en valores cristianos como la amistad o el amor al prójimo.

Porque esta última sea la Iglesia del futuro. Una Iglesia que avance y evolucione, que no se sienta estancada. Una Iglesia sin prejuicios, donde se sigan las escrituras de Jesús de una manera libre. Donde pueda interpretar la gente el mensaje libremente. Una Iglesia para cuya jerarquía un país no se movilice, sino que sea ella la que movilice a la gente. Pero no para asistir a sus mítines, sino que los movilice para ayudar. Una Iglesia que deje atrás la política y se dedique a predicar en el ejemplo. A ser más abierta y respetar todas las tendencias sexuales, sociales y políticas. Una Iglesia que no se dedique a construir falsos pecados. Y, desde luego, financiada por aquellos que creemos en ella, y no por el Estado.

Y para concluir me gustaría citar las palabras de M. Collado, una mujer profundamente creyente, y, a la vez, curiosa y crítica.


¿Por qué el amor si no está legalizado es pecado?

Las autoridades religiosas a lo largo de la historia nos han hecho creer en un montón de pecados, que muchas veces nos han costado una enfermedad o nos han confundido mentalmente.

Y digo yo Señor. Si tú nos has dotado de unos sentimientos para amar. Si a nuestro cuerpo se le ha impuesto unas necesidades emocionales y, que al mismo tiempo, son las conductoras para la procreación, ¿cómo podemos decir que su práctica sea pecado o una inmoralidad?

¡Cuántos tabús y cuántos sufrimientos pasan los hombres por esas leyes que creamos y que no entiendo!


-Absurda Cenicienta-

1 comentario:

  1. Como no creyente y no practicante, no puedo menos que coincidir con todo lo que dices en la primera parte de la exposición y poner en cuarentena la segunda. Sí, todos conocemos gente buena en la Iglesia, pero por desgracia creo que son los menos.

    Me alegro de volver a leerte, Absurda.

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