lunes, 12 de diciembre de 2011

Que el ritmo no pare...

Cuando era pequeña adoraba enfundarme mi mallot rosa, controlar mi pelo con un lazo, ponerme las punteras y pasar la tarde con mis amigas. Era igual que las demás. Me sentía bonita, una auténtica princesita que se movía al son de la música y con su cuerpo dibujaba elegantes piruetas. Recuerdo que me encantaba hacer las coreografías con pelota. Adoraba la gimnasia rítmica hasta que se acabó.

Después deposité todas mis energías en la natación. Me gustaba sentir el agua. Tan sólo importaban mis movimientos y mi respiración. Recuerdo que me gustaba sentirme libre, zambulléndome y recorriendo rápido las calles para sentirme bien, por mí y por mi espalda. Pero al llegar al Club de Natación me exigían una rutina que no estaba dispuesta a aguantar mucho tiempo. Eran reglas, exigencias, metros por metros. Se esfumaba la magia de flotar, eran obligaciones de algo que tenía que ser un juego, un escape, un sentimiento de libertad. Y me sentía ahogada, y nunca mejor dicho.

Acabé en las manos del gimnasio. Descubrí el aerobic y reviví los sentimientos de la gimnasia rítmica. Era increíble y poco a poco comenzó a gustarme más y más. No me conformaba con las clases de aerobic. Quería más. Luego me quedaba a las clases de Body-Pump y me sentía bien. Bien conmigo misma. Las manías desaparecían al menos mientras sonaba la música y daba de mí el cien por cien en cada sesión.

Tuve que dejarlo por la operación de mi rodilla y ya nunca volvió a ser lo mismo. Lo intenté pero tuve que abandonar el step y sufría con muchos movimientos. Entre eso y los exámenes del instituto con mis "adoradas" matemáticas y química, tuve que dejarlo apartado.

Y luego llegué por casualidad a un nuevo gimnasio en Scarborough (England). Trabajaba allí ese verano y me sentía un poco sola. Fui al mejor de todos, ya que allí los centros deportivos no son como los españoles. Poco a poco empecé a sentirme bien, a recobrar las energías y a sentirme más viva. Fue increíble todo lo que me ayudó ese verano ese lugar.

Y, ahora, muchos años después, es otro gimnasio de mi pueblo el que me devuelve las fuerzas. Cuando todo alrededor parece que tiembla, allí me supero. En medio del microcosmos que se crea, voy avanzando poco a poco. Cuando no consigo que ningún medio me conteste, cuando sigo sin encontrar una salida a esta situación precaria del periodismo...me supero. Avanzo un poco más. No muy deprisa, pero constante. Un poquito más lejos cada día.

Y noto el corazón más relajado, los pulmones más tranquilos, el pulso más pausado y, sobre todo, la cabeza más fuerte. No física, sino mentalmente. ¿Puedes? Por supuesto que puedes. Me miro en el reflejo del cristal al caer la luz y sonrío. Sigo sin parar hasta no poder más. Porque sé que puedo, porque es un pequeño reto que me demuestra que soy capaz de hacer lo que crea.

Y todo esto es gracias al deporte. Gracias por haber estado ahí siempre que lo he necesitado. De todo esto me he dado cuenta hoy corriendo en la cinta al dejar la mente en blanco y pensar todo lo que me ha aportado anímicamente siempre el deporte.

¡Que el ritmo no pare!
Absurda Cenicienta

2 comentarios:

  1. Y así de buena estás y así de fuerte eres ;)

    ResponderEliminar
  2. Dentro de unos meses la cinta se quedará sin niveles suficientes para tí! ;-)

    Gor

    ResponderEliminar